Caos en el paraíso

Slavoj Žižek sobre la protesta global


Fuente: LRB
Traducción: Martín López

En sus primeros escritos, Marx describe a la situación alemana como aquella en la que la única respuesta a los problemas particulares es la solución universal: la revolución mundial. Esta es la expresión sucinta de la diferencia entre un período reformista y uno revolucionario: En el período reformista, la revolución global es apenas un sueño que, si logra algo, no es más que un intento de cambiar las cosas localmente; y en un período revolucionario queda claro que nada va a mejorar sin un cambio radical. En este sentido puramente formal es que 1990 fue un año revolucionario: estaba claro que las reformas parciales en los estados comunistas no servirían de nada y que era necesario un quiebre total para resolver problemas cotidianos como asegurarse de que la gente tenga lo suficiente para alimentarse.

¿Dónde nos encontramos hoy en día con respecto a esta distinción? Los problemas y las protestas de estos últimos años, ¿son signos de que nos acercamos a una crisis global, o son apenas obstáculos menores que pueden sortearse mediante intervenciones locales? Lo más notable con respecto a las revueltas es que tienen lugar no solamente, o incluso principalmente, en puntos débiles del sistema, sino más bien en países que eran hasta hoy vistos como casos de éxito. Sabemos por qué la gente protesta en Grecia o en España; pero ¿por qué en países tan prósperos y rápidamente crecientes como Turquía, Brasil o Suecia? En retrospectiva, podríamos ver la revolución de Jomeini de 1979 como el caso original de "caos en el paraíso", ya que ocurrió en un país que iba por la vía rápida de la modernización pro-occidental, y era el aliado más firme de Occidente en la región. Probablemente haya algo errado en esta noción de paraíso.

Antes de que comenzara la ola de protestas, Turquía era el modelo de un estado capaz de combinar una floreciente economía liberal con un islamismo moderado, a la medida de Europa, un bienvenido contraste con la Grecia más "Europea", atrapada en un pantano ideológico y sumida en una autodestrucción económica. Es cierto, hubo ominosos signos por aquí y por allá (la negación turca del genocidio armenio; arrestos a periodistas; la situación sin resolver de los kurdos; los llamados a una gran Turquía que resucitaría la tradición del imperio otomano; la imposición ocasional de leyes religiosas), pero eran desestimados como pequeñas manchas que no deberían arruinar el cuadro completo.

Y luego explotaron las protestas en la plaza Taksim. Todo el mundo sabe que la transformación planificada de un parque en los alrededores de esta plaza del centro de Estambul en un centro comercial no era el verdadero motivo de las protestas, y que un malestar mucho más profundo fue cobrando fuerza. Lo mismo se puede decir de las protestas en Brasil de a mediados de Junio: lo que provocó la movilización fue un pequeño aumento en el costo del transporte público, pero los ánimos no se disiparon aún después de que el aumento fuera revocado. Aquí también la movilización popular explotó en un país que, de acuerdo con los medios, disfruta de un esplendor económico y tiene suficientes motivos para sentirse cómodo con lo que el futuro le depara. En este caso las protestas tuvieron -aparentemente- el apoyo de la presidenta Dilma Rousseff, que se manifestó a favor.

Es crucial que no veamos las protestas en Turquía simplemente como una sociedad civil secular levantándose en contra de un régimen Islamista autoritario apoyado por una mayoría silenciosa musulmana. Lo que complica el cuadro es el la motivación anticapitalista del levantamiento: los manifestantes intuyen que el fundamentalismo de libre mercado y el fundamentalismo islámico no son mutuamente exclusivos. La privatización del espacio público llevada a cabo por el gobierno islamista muestra que las dos formas de fundamentalismo pueden ir de la mano: es un signo claro de que el matrimonio "eterno" entre democracia y capitalismo se aproxima a un divorcio.

También es importante reconocer que los manifestantes no están persiguiendo ningún objetivo "real" claramente identificable. las protestas no son "en realidad" contra el capitalismo global, ni tampoco son "en realidad", demandas de libertades civiles y democracia, ni siquiera son, "en realidad", acerca de algo en particular. La mayoría de los que han participado de estas movilizaciones son conscientes de este malestar común que sostiene y unifica una variedad de demandas específicas. La lucha por entender las protestas no es sólo epistemológica, con comentaristas y teóricos tratando de explicar su verdadero contenido; sino que también es una lucha ontológica sobre la cosa misma; sobre lo que tiene lugar en las movilizaciones. ¿Se trata de luchas contra administraciones corruptas? ¿O contra la privatización del espacio público? La pregunta queda abierta, y la respuesta depende del resultado del proceso político en ciernes. 

En el 2011, cuando las protestas se diseminaban por toda Europa y Medio Oriente, muchos insistían en que no debían verse como instancias de un mismo movimiento global. En cambio, nos decían, se trataba de respuestas a situaciones específicas. En Egipto, los manifestantes querían eso que en otros países rechazaban los movimientos "Occupy": "libertad" y "democracia". Incluso entre los países musulmanes había diferencias cruciales: la primavera árabe en Egipto era una protesta contra un régimen pro-occidente corrupto y autoritario; la revolución verde en Irán que comenzó en 2009 fue en contra del autoritarismo islámico. Es evidente que la particularización de la movilización popular seduce a los defensores del Statu Quo: nunca hay una amenaza al orden global en tanto tal, sino más bien una serie de problemas locales no relacionados entre sí.

El capitalismo global es un proceso complejo que afecta a distintos países de maneras diferentes. Pero lo que unifica las protestas, en todas sus múltiples formas, es que son reacciones contra las distintas facetas de la globalización capitalista. La tendencia general es que el capitalismo global hoy en día va hacia una mayor expansión de los mercados, un paulatino cercamiento de espacios públicos, una reducción de los servicios sociales (salud, educación, cultura), y un poder político cada vez más autoritario. Es en este contexto que los griegos se movilizan en contra del reinado del capital financiero internacional, y sus propios estados ineficientes y corruptos, que es cada vez más incapaz de proveer servicios sociales básicos. Es en este contexto que los turcos protestan en contra de la comercialización del espacio público y en contra del autoritarismo religioso; y que los egipcios protestan contra un régimen apoyado por los poderes occidentales; y que los iraníes luchan contra el fundamentalismo religioso y la corrupción; etc. Ninguna de estas protestas puede reducirse a una cuestión en particular. Todas están lidiando con una combinación de al menos dos cuestiones: una económica (desde la corrupción hasta la ineficiencia del capitalismo en sí), y la otra política-ideológica (desde la demanda de democracia, hasta el derrocamiento de la democracia multipartidista convencional). Y lo mismo aplica al movimiento "Occupy". Más allá de la profusión de consignas (muchas veces inconsistentes), el movimiento ha tenido siempre dos características básicas: primero, el descontento con el capitalismo en tanto sistema, y no con casos particulares de corrupción; y segundo, la conciencia de que la forma institucionalizada de la democracia representativa y multipartidaria no es suficiente para contrarrestar el exceso capitalista, es decir, de que la democracia tiene que ser reinventada.

El hecho de que la causa subyacente de las protestas sea el capitalismo global no significa que la única solución sea derribarlo sin más. Y tampoco es viable perseguir la alternativa pragmática, que es la de lidiar con cada problema individualmente mientras esperamos por una transformación radical. Eso ignora el hecho de que el capitalismo global es necesariamente inconsistente: la libertad de mercado va de la mano de fuertes subsidios por parte de de los EEUU a sus productores rurales; la predica de la democracia va de la mano del apoyo a Arabia Saudita. Estas inconsistencias abren un espacio para la intervención política: ahí donde el sistema capitalista global se ve forzado a violar sus propias reglas hay una oportunidad para insistir en que esas reglas se cumplan. Demandar consistencia en puntos estratégicamente elegidos en los que el sistema no puede darse el lujo de ser consistente puede generar presión en todo el sistema. El arte de la política consiste en hacer demandas particulares que, aun siendo completamente realistas, dan una estocada al corazón de la ideología hegemónica e implican un cambio mucho más radical. Tales demandas, mientras que factibles y legítimas, son de facto imposibles. El plan de asistencia sanitaria universal propuesto por Obama es un ejemplo de este tipo, y por eso mismo es que generó reacciones tan violentas. 

Un movimiento político empieza con una ida, algo que merece el esfuerzo colectivo, pero que a la vez sufre una transformación profunda - no sólo un acomodamiento táctico, sino una redefinición esencial- porque la idea misma se vuelve parte del proceso: se sobredetermina. Digamos que una revuelta empieza con la demanda de justicia, quizás en la forma del llamado al rechazo de una ley en particular. Una vez que la gente se ve profundamente comprometida con la causa, se da cuenta que va a hacer falta mucho más que cumplir con la demanda inicial para lograr verdadera justicia. El problema es definir, precisamente, en qué consiste este "mucho más". El punto de vista liberal y pragmático es que los problemas pueden resolverse gradualmente, paso a paso: "La gente se está muriendo en Ruanda, así que olvídense de la lucha anti-imperialista, concentrémonos en evitar la matanza"; o "Tenemos que combatir la pobreza y el racismo aquí y allá, y no esperar por el colapso definitivo del orden capitalista global". Estos son los argumentos de John Caputo en Después de la muerte de dios (2007):

"Sería plenamente feliz si los políticos de ultra-izquierda de los EEUU fueran capaces de reformar el sistema proveyendo asistencia médica universal, distribuyendo equitativamente la riqueza con una adecuada regulación impositiva, restringiendo la financiación de campañas políticas, concediendo derechos a todos los votantes, asegurando un trato humano a los inmigrantes, y haciendo efectiva una política exterior multilateral que integre a los EEUU con la comunidad internacional, etc, es decir, interviniendo en el orden capitalista mediante una serie de reformas de largo alcance... si después de hacer todo eso Badiou y Žižek se quejan de que un monstruo llamado Capitalismo todavía está al acecho, me inclinaría a saludar a ese monstruo con un bostezo."

El problema no es la conclusión de Caputo si uno pudiera lograr todo eso dentro del orden capitalista, por qué no quedarnos ahí? El problema es la premisa subyacente de que es posible lograr todo eso dentro del marco del orden capitalista en su forma actual. ¿Y si estas disfunciones no son perturbaciones contingentes sino más bien necesidades estructurales? Caputo sueña con un orden capitalista mundial sin sus síntomas, sin los puntos críticos en los que se manifiesta su verdad reprimida. 

Las protestas y revueltas actuales se sostienen en una combinación de demandas superpuestas entre sí; lo que explica sus fortalezas: luchan por una democracia parlamentaria "normal" en contra de regímenes autoritarios; en contra del racismo y el sexismo, especialmente cuando es dirigido a inmigrantes y refugiados; en contra de la corrupción y los negociados políticos (polución industrial del ambiente, etc; por lo que queda del estado de bienestar frente al neoliberalismo; y por nuevas formas de democracia que superan los rituales partidarios. Ellas también cuestionan el sistema capitalista como tal y tratan de mantener viva la idea de una sociedad más allá del capitalismo. Hay dos trampas que evitar aquí: el falso radicalismo ("Lo que realmente importa es la abolición del capitalismo liberal-parlamentario, todas las demás luchas son secundarias), pero también falso gradualismo ("En este momento tenemos que luchar contra la dictadura militar y por una democracia básica, todos los sueños socialistas deben dejarse de lado"). No hay que tener vergüenza en reivindicar la distinción maoísta entre antagonismos principales y secundarios, entre aquellos que más importan y aquellos que dominan. Hay situaciones en las que insistir en el antagonismo principal implica perder la oportunidad de dar un golpe importante en la lucha.

Sólo una política que tome realmente en cuenta la complejidad de la sobredeterminación merece llamarse estrategia. Cuando nos unimos a una lucha específica, la pregunta clave siempre es: ¿Cómo afecta a otras luchas nuestro compromiso en ella? La regla general es que cuando empieza una revuelta en contra de un régimen opresivo, como el del Medio Oriente en 2011, es fácil movilizar grandes grupos de gente con consignas -por la democracia, en contra de la corrupción, etc. Pero pronto nos vemos frente a decisiones más difíciles. Cuando la revuelta tiene éxito en su propósito inicial nos damos cuenta de que aquello que nos movilizaba (falta de libertad, humillación, corrupción, malas perspectivas) persiste bajo nuevas formas, de manera que nos vemos forzados a reconocer que había una falla en el propósito mismo. Esto puede llevarnos a ver que la democracia en sí puede ser una forma de opresión, o que tenemos que demandar algo más que democracia política: la vida social y económica también tiene que ser democratizada. En resumen, lo que en principio consideramos como una falla en realizar plenamente un noble principio (libertades democráticas) es de hecho una falla inherente al principio mismo. Esta toma de conciencia - de que el problema sea inherente al principio por el cual estamos luchando- es un gran paso en la educación política.

Los representantes de la ideología dominante despliegan todo su arsenal para evitar que lleguemos a esta conclusión radical. Nos dicen que las libertades democráticas conllevan responsabilidades, que vienen con un precio, que es inmaduro tener expectativas desmedidas. En una sociedad libre, nos dicen, tenemos que comportarnos como capitalistas invirtiendo en nuestras propias vidas: si no hacemos los sacrificios necesarios, o si no estamos a la altura de las circunstancias, sólo podemos culparnos a nosotros mismos. En un sentido más directo, los EEUU han persistido consistentemente en la estrategia de apaciguar la movilización popular canalizando los levantamientos dentro de las formas parlamentarias aceptables. En sudáfrica después del apartheid, en Filipinas después de la caída de Marcos, en Indonesia después de Suharto, etc. Aquí es donde comienza la política propiamente dicha: la cuestión es cómo dar el siguiente paso sin sucumbir a la tentación totalitaria. Como ir más allá de Mandela sin convertirse en Mugabe. 

¿Y qué quiere decir esto concretamente? Comparemos a estos dos países vecinos: Grecia y Turquía. A primera vista, son países enteramente diferentes: Grecia está atrapada en una ruinosa política de austeridad, mientras que Turquía disfruta de un boom económico y emerge como una superpotencia regional. Pero, ¿y qué si Turquía genera y contiene su propia Grecia, sus propias islas de miseria? Como dijo Brecht en sus "Elegías de Hollywood":

El pueblo de Hollywood se planeó según la idea
De que aquí se tenían partes del cielo. Aquí
Se ha llegado a la conclusión de que Dios,
Necesitando de Cielo e Infierno, no necesitaba
Planear dos lugares, sino
Uno solamente: el cielo. Éste
Sirve para los pobres y los desafortunados
Como infierno. 

Esto describe perfectamente a nuestra "aldea global" de hoy: sólo piensen en Quatar, o Dubai, patio de juegos de los ricos que se montan sobre las condiciones de cuasi esclavitud de trabajadores inmigrantes. Vistas desde cerca, Turquía y Grecia revelan sus semejanzas: privatización, cercamiento de espacios públicos, desmantelamiento de servicios sociales, el surgimiento de políticas autoritarias. En cierto nivel elemental, los manifestantes griegos y turcos están comprometidos en una misma lucha. El verdadero camino sería el de la coordinación de ambas luchas, rechazando las tentaciones "patrióticas", dejando atrás la enemistad histórica entre ambos países, y buscando motivos de solidaridad común. El futuro de las protestas puede depender de eso.

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