El presente fracasa, a menos que la multitud se pronuncie - Alain Badiou


El presente fracasa, a menos que la multitud se pronuncie - Alain Badiou (sobre los acontecimientos en Ucrania)

Fuente: Verso Books
Extracto del seminario: "La inmanencia de las verdades (2)"

Traducido al inglés por David Broder
Traducido al español por Martín López

Voy a decir una vez más que creo que la figura fundamental de la opresión contemporánea es la finitud. El eje estratégico de este seminario es brindar los medios para una crítica del mundo contemporáneo, identificando lo que, dentro de su propaganda, actividad, etc. es en el fondo la imposición de la finitud, es decir, la exclusión del infinito del conjunto de los horizontes posibles de la humanidad. En cada sesión, desde ahora y hasta fin de año, quisiera darles un ejemplo de la forma en la que lo que está ocurriendo hoy, un lugar común o una categoría usada constantemente, puede ser representado como una figura o una operación de reducción a la finitud.

Hoy quisiera tomar el ejemplo de Ucrania, de la forma en la que los eventos históricos en Ucrania sirven al consenso propagandista que constituye tanto como envuelve (en nuestras próximas sesiones abordaré dos nociones conjuntas, igualmente consensuales y hegemónicas: las nociones de república y de laicismo - y lo que llamo falsas invariantes: lo que se asume como invariante, lugar común del pensamiento y hasta evidencia de que estamos de acuerdo).

Lo que me llama la atención del caso de Ucrania, teniendo en cuenta lo que se dice en la prensa, en la radio, etc., es que la situación es capturada y entendida de acuerdo a una operación que yo llamaría el estancamiento del mundo contemporáneo. El lugar común es decir que Ucrania quiere integrarse a la Europa libre, rompiendo con el despotismo de Putin. Que hay un levantamiento democrático y liberal cuyo objetivo es unirse a la querida Europa -la patria de la libertad en cuestión- mientras que las maniobras sórdidas y arcaicas del hombre del Kremlin, el terrible Putin, se dirigen en contra de este deseo natural. Lo llamativo de todo esto es que es enmarcado en términos de una contradicción estática. Mucho antes del caso Ucrania ya había un esquema fundamental trabajando constantemente, distinguiendo a Occidente de todo el resto. El Occidente libre no tiene sino una misión, que es la de intervenir allí donde pueda para defender a aquellos que quieren unirse a él. Y esta contradicción estática no tiene ni pasado ni futuro.

No tiene pasado porque -y esto es particularmente típico en el caso ucraniano- nada acerca de la historia real de Ucrania es siquiera tenido en cuenta, nombrado o descrito. ¿A quién le importaba Ucrania la semana pasada? Mucha gente ni siquiera tenía idea de dónde estaba ubicada... Ucrania, campeona de la libertad Europea, de repente irrumpe en el escenario de la historia; y eso es posible porque lo que está ocurriendo ahí puede describirse en términos de la contradicción estática entre Europa, patria de la libertad, la democracia la libre empresa, y otros esplendores, y todo el resto, incluyendo al barbarismo de Putin y al despotismo que conlleva. No tiene pasado ya que no sabemos de dónde viene todo esto, por ejemplo, el hecho de que Ucrania es una parte de lo que alguna vez se llamó Rusia; de que la Ucrania independiente se formó apenas recientemente, en el marco de un proceso histórico muy particular: la desintegración de la Unión Soviética. De la misma manera, el hecho de que Ucrania siempre tuvo tendencias separatistas, y que éstas tendencias fueron siempre reactivas: es decir, respaldadas por poderes fuertemente reaccionarios, o aún peor. La Iglesia Ortodoxa Ucraniana, cuya ciudad sagrada es Kiev, ha jugado un rol determinante en todo esto, y no hace falta decir que es de lo más reaccionario de la tierra en tanto centro megalómano de la ortodoxia imperial. Este separatismo en ciertos momentos alcanzó extremos que no debemos olvidar, particularmente el pueblo ruso, ya que la gran mayoría de los ejércitos organizados y armados por los nazis eran ucranianos. El Ejército de Vlásov era ucraniano. Todavía hoy podemos leer historias de Ucranianos arrasando pueblos enteros a sangre y fuego, incluyendo franceses. Una buena parte de la represión de los maquis en Francia central fue llevada a cabo por ucranianos. No somos identitarios, no vamos a decir: "¡Qué desgraciados, esos ucranianos!", pero todo esto constituye una historia, la historia de una serie de cuestiones políticas en Ucrania.

Más aún, la contradicción no tiene futuro, porque el futuro está preconstituido: el deseo de los ucranianos será unirse a la bella Europa, la ya existente ciudadela de la libertad. Las operaciones que imponen esta finitud ya están aquí hace tiempo. Si el tiempo llegó a su fin es porque se lo ha detenido. El tiempo de la propaganda es un tiempo inmóvil. Es muy difícil hacer propaganda del tiempo que vendrá. Aquí tenemos la propaganda de que el levantamiento ucraniano es estático, ya que viene de la nada y se dirige a algo que ya existe, la Europa democrática liberal.

En Francia tenemos la personificación esencial de toda esta propaganda: Bernard-Henri Lévy. Cada vez que hay que imponer la finitud, él es el candidato, el obrero de la finitud. Podemos decir que cuando BHL asume su cargo, lo hace para tocar los tambores de la finitud. Pero esta operación fundamental no tiene nada que ver con Ucrania: los propagandistas franceses de este asunto no les importa un carajo el destino de Ucrania, créanme. Lo que les interesa es la vieja y querida Europa; que todos vean en las acciones de los ucranianos las pruebas irrefutables del enorme valor que aún tenemos para la toda la humanidad. Si incluso los ucranianos, de los que nadie sabe nada y son presentados como figuras más bien distantes y ligeramente oscuras desean tan vehementemente integrarse a Europa, al punto de arriesgar sus vidas -y ciertamente han habido muertes en la Plaza de la Independencia-, entonces la Europa democrática tiene que contar por algo. Se trata de una apología de Occidente que crea una especie de deseo de Occidente -en parte real, un punto al que volveremos- consolidando así nuestra propia posición ideológica, política, institucional, etc.

También podemos decir que Ucrania no se inscribe del todo en un presente verdadero, sino más bien en un falso presente. Como veremos más adelante, un tema fundamental de mi seminario "Imágenes del tiempo presente" es que cada presente verdadero se constituye por una torsión del pasado hacia el porvenir. El presente no es aquello que se inscribe como un bloque homogéneo entre el pasado y el futuro, sino aquello que se declara, en tanto que capta una repetición que viene del pasado y la curva, la tensión proyectada hacia el futuro, de manera que el presente es el portador de un potencial infinito. Si el presente de la insurrección ucraniana es un falso presente, esto quiere decir que no tiene pasado, y que su futuro ya llegó. Por eso es que no hay ninguna declaración, es decir la marca de un presente verdadero. Y cuando nada nuevo se declara, no hay declaración alguna. Aquello que dijo Mallarmé es muy relevante: Un présent fait défaut – faute que se déclare la foule (El presente fracasa, a menos que la multitud se pronuncie). Los ucranianos dicen lo mismo que dirían nuestros propagandistas: 1. Quiero integrarme a la maravillosa Europa: 2. Putin es un déspota sombrío. Pero al decir esto, no dicen mucho, y nada con alguna conexión histórica con Ucrania, con la vida real de su gente, con su pensamiento, etc. No hacen más que decir lo que otros quieren que digan; sólo interpretan su papel en las difíciles e inarmónicas relaciones entre Europa -que no es más que la mediación institucional local del capitalismo globalizado- y Putin, a quien no consideran muy democrático (cosa que a él no le importa demasiado). Es una obra cuyo guión ya fue escrito.

Lo que podemos decir es lo siguiente: la instancia contemporánea de la declaración es la toma de una plaza pública. Éste no ha sido siempre el caso. Se han dado casos en los que la declaración pasaba por el asalto a un edificio público, o una gran marcha de protesta, etc. Pero, por cierto tiempo ya, la forma histórica de la colectividad popular ha sido la ocupación prolongada de una plaza (la Plaza Tahrir, la Plaza Taksim, la Plaza de la Independencia...) Y estas ocupaciones constituyen su propio tiempo particular; tiempo y espacio están profundamente unificados, con en Parsifal: "aquí el tiempo deviene espacio". Es un tiempo que permite a la ocupación no tener que hablar de su propio fin. Una manifestación comienza y termina, una insurrección tiene éxito o fracasa, y así. Pero cuando se ocupa un espacio público, no se sabe realmente: puede durar, incluso por mucho tiempo. Todo pareciera indicar que una nueva forma de declaración está por nacer, o al menos una nueva forma de la posibilidad de una declaración, que consiste en la toma de un espacio abierto en la ciudad. Creo que esto tiene gran correlación con el hecho de que hoy vivimos en la era de la soberanía urbana. Ya no hay grandes revueltas campesinas, largas marchas, etc. La ciudad es el modo de existencia colectivo que prevalece, aún en los países pobres, en la forma de monstruosas megalópolis. La ocupación de la ciudad, en la forma restringida de la ocupación de la plaza central de la ciudad, su corazón urbano, es más y más la forma concentrada de la posibilidad de la declaración - y nadie la inventó; es un invento histórico. Por otro lado - y voy a insistir en este punto - esto no es más que la condición formal, la búsqueda tentativa y oscura, de la declaración. Lo que ocurre en la plaza es una declaración negativa. La gente que se reúne en la plaza, cuando tiene algo en común para decir, grita: "¡Fuera Mubarak!", o "¡Abajo Ben Ali!", o, en Ucrania: "¡Ya no queremos a este gobierno!".

Entonces hay un nuevo tipo de positividad colectiva en un espacio dado, la ocupación de las plazas centrales en las grandes ciudades, cuyo substrato más significativo es de hecho la organización prolongada en sí misma, ya que es aquí donde se sella la unidad de la gente (para sobrevivir en una plaza por un período prolongado es necesario organizar comida, baños, etc.) Pero, para simplificarlo, la declaración no va más allá de esta forma puramente negativa, ya que la asamblea que ocupa la plaza está dividida según el eje de la tradición moderna.

Egipto es el ejemplo canónico. Como saben, no hubo una verdadera unidad positiva entre la facción que ya no quería a Mubarak porque era su enemigo histórico -los Hermanos Musulmanes- y aquellos que ya no querían a Mubarak porque habían llegado a alimentar un cierto deseo de Occidente, y no querían opresión religiosa ni militar, sino una serie de libertades fetichizadas como "libertades europeas". 

¿Y qué es lo que pasa en estos casos? El resultado de la declaración es muy precario porque sólo tenemos media declaración. Una declaración estrictamente negativa supone, de hecho, para lograr la victoria, la unidad absoluta de aquellos que la pronuncian. Esta fue -y vale la pena decirlo- la gran idea de Lenin. El dijo que sin una disciplina de hierro no íbamos a tener éxito; porque si no tenemos una unidad positiva y organizada, la unidad negativa pronto comenzará a desmoronarse, dividirse y dispersarse. Aquí no estamos lidiando con el leninismo, pero podemos ver muy bien que en la Plaza de la Independencia o en cualquiera de las otras plazas de las que hablamos, más allá de la simple declaración de que "No queremos más..." caen en una división irremediable. Esto es exactamente lo que pasa en Ucrania hoy. Efectivamente tenemos, por un lado, demócratas y liberales a los que los mueve cierto deseo de Occidente (aquellos a los que nuestra prensa llama "los ucranianos"), y por el otro lado, gente muy distinta, armada y organizada en grupos de choque según la tradición histórica del separatismo ucraniano, y cuya visión del mundo es más o menos abiertamente -pero indudablemente- fascista. Ellos no tienen problema en presentarse como pro europeos, bajo condición de que eso los libere de los rusos; se trata de un elemento absolutamente identitario compuesto de nacionalistas ucranianos de vieja escuela que no ven para nada su futuro en términos de "libertades europeas". El problema es que, desde el punto de vista del activismo de las plazas-ciudades, es la fuerza de éstos últimos la que domina; el resto puede tener las mejores intenciones, pero en realidad están allí muy desorganizados (y cuando se organizan, lo hacen con propósitos electorales).

Finalmente podemos decir que en todas estas situaciones contemporáneas de asambleas en las plazas-ciudades haciendo sus propias declaraciones, hay tres y no dos bandos involucrados. Tenemos, por un lado, a los gobiernos, las autoridades institucionales, los partidos, las facciones del ejército, la policía, etc. que son los que instalan el poder del Estado y por lo general reciben ayuda de un aliado extranjero: por ejemplo, por décadas el aliado extranjero de Mubarak fueron los Estados Unidos, y a decir verdad, todo Occidente. Y por el otro lado tenemos, unidas en la plaza mediante una declaración negativa en común, otras dos fuerzas, y no una: el elemento identitario (los Hermanos Musulmanes, los nacionalistas ucranianos) y los "demócratas", es decir, aquellos inspirados por el deseo de una modernidad occidental. Esto es, tenemos una polaridad tradición-modernidad, lo que quiere decir que modernidad hoy significa modernidad bajo el control del capitalismo global; no hay otra forma de representar la modernidad, especialmente si no es lucrativa. Este choque de tres bandos no puede reducirse a dos, a menos que la finitud se imponga en la situación.

Todos debemos reflexionar sobre la historia de Egipto, que es fascinante. En Egipto también hubo un choque de tres bandos: En primer lugar, Mubarak, el aparato militar egipcio, sus clientes y sus redes de patronazgo, y luego los otros dos elementos en la Plaza Tahrir: el componente inclinado hacia la modernidad capitalista occidental, y por otro lado los Hermanos Musulmanes -quienes, hay que decirlo, fueron amplia mayoría- representando una fuerza singularmente tradicional. La unidad de estas partes era negativa ("¡Fuera Mubarak!"), pero cuando vieron que las cosas empezaron a abrirse, tuvieron que proponer algo. Y este "algo" fueron elecciones, elecciones que montaron la farsa de escenario que arbitre la relación entre estos dos elementos cuya unidad era puramente negativa. ¿Y qué pasó? Bueno, los Hermanos Musulmanes ganaron cómodamente las elecciones, y el elemento educado, democrático y occidental fue aniquilado (l'a eu dans le baba). La pequeña burguesía egipcia descubrió que su conexión con las masas era de hecho bastante magra. Legítimamente enfurecida, como si se hubiera sublevado por nada, esta parte modernista de la sociedad volvió a las calles: así fue que surgieron las manifestaciones de Junio pasado, pero esta vez estuvieron solos. Y por sí mismas no significaron mucho. Entonces, no tuvieron otra que darle la bienvenida a la intervención de... ¿quién? Y claro: el ejército. La irresponsabilidad de la pequeño burguesía -y perdón por el vocabulario grosero- produjo este fenómeno extraordinario: la misma gente que unos meses atrás había gritado "¡Fuera Mubarak!" ahora gritaba "¡Que vuelva Mubarak!". El nuevo Mubarak se llamaba Al-Sisi; el nombre había cambiado, pero era exactamente lo mismo: Era el régimen de Mubarak, segunda vuelta. Al-Sisi empezó librando operaciones bastante llamativas, por caso: encarcelar todo el personal de un gobierno electo por amplia mayoría (durante este período, la prensa dudaba en llamar a esto "golpe de Estado", porque, tienen que entender, si los Hermanos Musulmanes van a la cárcel, no se trata de un verdadero golpe de Estado...) y cuando sus partidarios protestaron recibieron disparos. El ejército disparó contra la multitud, sin distinción, al estilo del aplastamiento de la Comuna de París; tenemos que entender, en sólo un día unas 1.200 personas fueron asesinadas, según observadores occidentales. Esta esterilización por medio de la finitud de la situación en Egipto fue extraordinaria, porque al final de cuentas hay una circularidad: la lucha de tres bandos es un proceso circular. La contradicción entre la creciente y educada pequeña burguesía y los Hermanos Musulmanes con su clientela masiva era tal que el triunfo del tercer bando estaba asegurado.

Pueden ver claramente lo que estaba en juego aquí: ¿hay un futuro real, una declaración, en la forma que hemos conocido hace unos años ya, es decir, la movilización compuesta, y hasta contradictoria, unida negativamente, en oposición a un gobierno despótico? ¿Debemos aún, -para simplificar la pregunta- empezar por reducir todo a una finitud pre-constituida que pone todo en términos de una lucha histórica entre demócratas y dictadores? En particular, si muchos están contentos -por decirlo de alguna manera- o no se preocupan demasiado por el regreso de los dictadores, como en el caso de Egipto.

Para que se produzca una invención histórica, una creación -es decir, algo que esté dotado de una verdadera infinitud- necesitamos un nuevo modelo de declaración que es el de una alianza entre los intelectuales y una gran fracción del pueblo. Esta nueva alianza no estaba presente en las plazas públicas. Todo el problema se reduce a inventar la nueva política de una modernidad que no sea la del capitalismo globalizado. Mientras no tengamos los primeros rudimentos de esta modernidad diferente, sólo nos queda lo que vemos, es decir, unidades negativas que terminan girando en círculos. Y, desde el punto de vista de la propaganda, la repetición de la idea de que esto es una batalla del bien contra el mal, puesta en términos que son una caricatura de la situación real.

Este choque de tres bandos está falsificado porque el término "modernidad" ya ha sido capturado. Designa una "aspiración" al consumo, al régimen democrático occidental, es decir, el deseo de integrarse a la dominación tal cual es. Después de todo, "Occidente" es el eufemismo de la hegemonía del capitalismo mundial. Si quieren integrarse a eso, allá ellos, pero hay que aceptar que no se trata de ninguna invención, o libertad ni nada parecido. Si queremos algo distinto, no es suficiente con ser anti-capitalista, lo que implica basarnos en una abstracción, sino también inventar y proponer una figura de la vida moderna que no esté bajo el control del capitalismo mundializado. Esta es una tarea de una importancia extraordinaria, que apenas ha comenzado a resolverse. En efecto, el marxismo clásico creyó ser el heredero históricamente legítimo de la modernidad capitalista. Vio muy bien que esta modernidad se dirigía a, o ya era, la barbarie. Pero creyó que el movimiento interno general de esta barbarie produciría un legado de civilización, y que los revolucionarios serían sus herederos. El problema no es para nada así. Podemos imaginar perfectamente que la modernidad capitalista es una modernidad sin ningún otro legado que la destrucción. Es hacia donde va, según mi punto de vista. Las personas que se reúnen bajo estas banderas aspiran, sin saberlo, a un nihilismo organizado. El "malestar en la cultura" del que Freud hablaba es más profundo de lo que entendieron los marxistas. Freud fue más profundo que Marx en este punto porque vio que el malestar en la civilización afectaba a lo simbólico en sí mismo. No se trataba sólo de una cuestión de distribución, de división o acceso a los milagrosos frutos de la civilización; tampoco era una cuestión de educación (la idea de gente como Tolstoi o Víctor Hugo era que si la educación se extendía universalmente, se brindaría civilización a todo el mundo, y esta  civilización sería reinventada por aquellos que la habían recibido) -ideas que se mantuvieron firmes hasta el fin del siglo pasado.

Pareciera que toda esta empresa requiere de una invención propia, que afecte a lo simbólico: se trata de inventar nuevos parámetros de civilización. Esto es lo que vi en las plazas donde las multitudes se reúnen. El presente fracasa, a menos que la multitud se pronuncie. Tal vez estemos en la etapa en la que la multitud quiere declararse a sí misma, es decir, lo que yo he llamado con cierto optimismo el "despertar de la historia". Pero esta declaración no tiene recursos simbólicos. Políticamente la pregunta es bastante clara: la modernidad capitalista en cierto sentido presupone que de todas formas posibles se intenta que la fracción educada de la sociedad (la pequeña burguesía, las clases medias, etc.) permanezca profundamente desconectada de las masas populares fundamentales. Podemos identificar los mecanismos de la propaganda que sirven a este propósito, y tengo que decir que lamentablemente « laicismo » es una de ellas. La política consiste en superar estos mecanismos, ir más allá de ellos. Esto es lo que antes llamábamos el vínculo de los intelectuales con las masas. Es decir, la capacidad de los intelectuales de reivindicar no simplemente por ellos mismos sino por otros, en nombre de una modernidad transformada, la capacidad de decir por qué se está protestando en la plaza, sin mantener el monopolio del rival ni dejando que éste asuma el cargo, ya sea violenta o electoralmente, y prevaleciendo sobre la actividad negativa que los une. Egipto nos da una lección universal en este punto, y seguramente lo mismo ocurrirá en Ucrania bajo circunstancias que aún desconozco.

Vamos a llamar "finitud" a las operaciones de propaganda que se aplican para reducir situaciones históricas efectivas, e "infinitización" al desenmascaramiento de la finitud - es decir, el momento en que los parámetros de la declaración se han unificado, el momento en el que podemos decir, ciertamente "¡Fuera Mubarak!", pero también algo más. ¿Y qué, entonces? Bueno, en cualquier caso no el deseo de Occidente - no es esto lo que puede tapar el agujero. Estamos viviendo a través de un balance histórico crítico, un momento que ya existió en el siglo XIX cuando los pueblos tenían en claro la negación pero no su correlato afirmativo. Y en este vacío, el viejo mundo reaparece porque tiene a su favor la virtud de ya estar ahí.

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