Un Fantasma recorre el Mundo, El Fantasma de un ¡Ya Basta!



La dictadura dejó un tendal de 30.000 desaparecidos e innumerables muertos. Sobre esta cuestión se ha exigido memoria, verdad y justicia. Aunque esa lucha terminó siendo absorbida por el sospechoso marco de la ideología de los derechos humanos, promovida desde las democracias imperiales, nadie puede negar el núcleo de justicia reparativa que la anima.

Pero hay otra devastación que ha producido la misma dictadura y que continúa después de ella, y es el aniquilamiento de toda idea política de emancipación. Y de eso no se habla, pese a que ya ha absorbido a tres generaciones. En primer lugar, con algunas excepciones, a los sobrevivientes de las luchas llevadas adelante en nombre de la liberación nacional y social de la década del 60/70; luego, a la generación que se alumbró con la revelación de las bondades de la democracia como única alternativa a los totalitarismos, que se fraguó bajo el ala del alfonsinismo; finalmente, la “vuelta” de la política, que define al Estado como su “instrumento esencial", que se realiza bajo el liderazgo del kirchnerismo, ha capturado a algunos sectores de la juventud detrás de la bandera de un proyecto nacional, popular y democrático, que permita un capitalismo “con rostro humano”.

Por ello, decimos que este otro aniquilamiento llevado a cabo por el terrorismo de Estado, lejos de poder repararse desde la democracia realmente existente, encuentra, justamente en esta democracia proclamada masivamente como lo menos malo a que podemos aspirar y la única forma política concebible, el producto más genuino y acabado de ese aniquilamiento. Entonces, es el momento de exigir memoria, verdad y justicia para el pensamiento político que proclama la emancipación, por el que nadie sale a la calle a reclamar, porque los derechos humanos son una doctrina que defiende el aparato biológico del existente humano pero no aquello que lo puede hacer un sujeto político, que es ponerse al servicio de una idea emancipadora. No hemos visto en las calles pedir la “aparición con vida” de principios políticos emancipadores, y eso quizás se explique por dos razones. Una, porque los derechos humanos en cuyo nombre se terminó ahogando la excepcional rebelión de las Madres contra la dictadura, tiene como divisa condenar a toda idea de transformación o ruptura radical como una aventura totalitaria, cuando no terrorista, pues todo conflicto debe someterse a las reglas de juego del consenso democrático; y la otra, porque las ideas que a lo largo de la historia van produciendo las políticas emancipativas no mueren, sino que se nos obliga a olvidarlas.

Vivimos sin tomar conciencia plena de que el juicio y condena a los militares de nuestra última dictadura y el restablecimiento de las formas políticas de la democracia, ha sido un triunfo político de la reacción mundial. Una variante de la dominación, la democracia realmente existente, ha sido elevada al plano de una opción incompatible con los totalitarismos. Pero no es así, ya que es para todos evidente la articulación de varios episodios emparentados que nos han llevado al desastre actual: 1) el agotamiento de las luchas de liberación nacional y social, y el desfondamiento de los Estados socialistas, 2) la implantación de la doctrina de los derechos humanos como guía de la política exterior de los EE.UU., llevada a cabo por la presidencia de Jimmy Carter; 3) el Consenso de Washington.

Los efectos de esta combinación han sido: 1) la renegación masiva, como un obligado mea culpa, de todo el pasado de las luchas revolucionarias del siglo XX, condenándolas como una aventura totalitaria hoy inaceptable; esta condena se hace en nombre de la única forma política posible y racional: la democracia representativa, cualquier otra cosa lleva directo al horror; 2) la colonización del mundo, por primera vez en la historia, por el sistema capitalista; 3) la política se separa de la emancipación y se funde con la gestión y la administración. De este modo, los sucesivos gobiernos democráticos han gestionado la realidad social asumiendo esa desaparición de la política de emancipación, les guste o no, lo digan expresamente o no.

El pensamiento y la invención de principios políticos son desplazados por la compulsión por resolver problemas: “redistribuir” la riqueza, “reducir” la pobreza, proteger la vida y los derechos individuales, conservar el medio ambiente, administrar la producción, asegurar el trabajo y el consumo. Así vivimos una existencia social sin políticas de ruptura, guiada solamente por intereses y necesidades económicas, una nueva barbarie.

Nuestra “Democracia Sociedad Anónima”, como ha sido llamada con justeza, subsiste a fuerza de atormentar nuestro cerebro con la idea de que es necesario “evitar lo peor”, agitando constantemente el fantasma totalitario. Las repercusiones de la reciente entrevista al dictador Videla dan cuenta de cierta fascinación por el terror despierto, el terror vivo que acecha a la vuelta de la esquina. El terror que sólo puede disiparse en tanto nos ajustemos al marco democrático de los derechos y las libertades individuales. Es precisamente este señalamiento constante del mal mayor lo que pone en funcionamiento la lógica cotidiana del mal menor. Lo que nadie puede nombrar es aquello que nuestro Diciembre del 2001 constituyó como posibilidad. Es esa apertura, esa potencial invención de nuevos caminos, a la que no sólo el kirchnerismo, sino también la vetusta izquierda y el resto del arco político nacional, tratan, cada uno a su manera, de diluir.

Sin embargo, hoy podemos vislumbrar, en la multiplicidad de las nuevas experiencias, un sentimiento de hastío, un YA BASTA que recorre el mundo: el zapatismo, los levantamientos árabes, el movimiento de los indignados en España, los occupy wallstreet, y una infinidad de luchas en América del Sur que precedieron a su captura estatal por los llamados gobiernos progresistas de la región. Las fuerzas del mundo se unen en una cruzada común para acosar a este demonio que amenaza, silenciosamente, con parir, en este mundo, otra forma de pensar y hacer una política emancipativa.

Decidimos pensar-hacer política DECLARANDO a nuestro país libre de una plaga llamada el mal menor, y si bien esto representa la tumba para la política que hoy padecemos es una sabia nutriente para nosotros. Por eso, no sólo reclamamos memoria, verdad y justicia para la emancipación política, sino que queremos también manifestar nuestros principios e ideas:

  • Frente a las miserias más extremas que provoca el capitalismo, AFIRMAMOS que no debemos crucificar a los pueblos con la etiqueta de que son víctimas inocentes y asumir el papel de redentores laicos. Para que haya emancipación debemos afirmar que ellos también son responsables del orden que nos oprime, porque como cualquier otro pueden rebelarse. Así ponemos en movimiento el principio de igualdad entre los seres humanos en política, que nos impide dividir el mundo entre los que saben y conducen y los pobres ignorantes que no saben por qué sufren y buscan un salvador que los conduzca y calme sus males.
  • Consideramos que el Estado no es solamente el dispositivo que administra la violencia y concentra la fuerza a favor de los poderosos, sino que además es un organizador implacable de la subjetividad política dominante, en nuestra época, la democracia o la dictadura según convenga. Por eso AFIRMAMOS que la emancipación política debe tramar su acción a distancia del Estado, es decir, construyendo Otro lugar político radicalmente autónomo respecto al Estado. Querer transformar la vida colectiva de los humanos desde el Estado es una empresa perimida.
  • La lucha de los pueblos por su emancipación deben darse formas organizativas distintas a la de los partidos, que son órganos y apéndices institucionales del Estado, por eso AFIRMAMOS la necesidad de que los pueblos en lucha construyamos nuevas maneras de organizar nuestra actividad bajo el principio de la horizontalidad e igualdad.
  • Ni el número (los votos que legalizan a un gobierno), ni los paliativos realizados desde el Estado para atemperar los sufrimientos de la gente o satisfacer sus necesidades básicas (gestión de la pobreza), definen por sí mismos el carácter de una política emancipativa, por eso AFIRMAMOS que, en nuestras valoraciones políticas, debemos enfocar la subjetividad política que acompaña toda medida de gobierno, denunciando sus efectos políticos, que son los de inmovilizar a la gente quitándole toda autonomía de actividad creativa y de esta manera incluirlas como víctimas agradecidas en el sistema que los explota y domina.
  • Frente al individualismo desatado, al respeto “democrático” de las diferencias, y ante la proliferación y exacerbación de las diversidades e identidades de todo tipo y color, nosotros decimos que esa ideología hegemónica no significa en su esencia otra cosa que un racismo larvado y agazapado. Siendo la emancipación una proclama dirigida a toda la humanidad, AFIRMAMOS que sólo las ideas políticas igualitarias son capaces de tejer una nueva unidad que atraviese todas las particularidades y las diversas identidades en lucha. Pero para que esto sea posible es imprescindible que en cada acto político, en cada pensamiento político, en cada organización política, en resumen, en toda política emancipativa que se lleve a cabo, siempre se despliegue bajo el principio que afirma que la humanidad entera se piensa a sí misma, aquí y ahora, bajo la idea de su igualdad. Para nosotros la igualdad no es un objetivo a lograr en el futuro, sino el difícil arte de inscribirla, como principio, en el interior de la idea misma de emancipación.


Grupo Acontecimiento - Mayo de 2012

Comentarios

  1. Lo que me queda claro es que Uds. saben qué es la liberación pero no tanto para qué, igualmente saben qué es la igualdad y cómo realizarla, aunque no se proclaman redentores. Por otra parte, la esperanza de un mundo sin Estados es tan fantasiosa como lo fue la hipótesis comunista.Igualdad y emancipación pueden ser el nombre de una nueva religiosidad.

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  2. Habría que perderle miedo a las religiosidades por venir y empezar a tomarse más en serio la verdadera religiosidad que ponemos en acto todos los días al decir que la igualdad es algo "a realizar" en un futuro incierto. Ese dios muere desde el momento en que nos declaramos iguales y actuamos en consecuencia. Vos seguí rezándole al Estado, Ricardo. O tirá alguna idea y la discutimos.

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