Wikileaks: las obviedades que sacuden al mundo


Los escándalos diplomáticos invaden la tapa de los principales diarios. Algunos celebran la llegada del mesías cibernético, otros sospechan de sus verdaderas intenciones. 

Quisiera hacer algunos comentarios acerca de la movida de Julian Assange: creo que hay una sospechosa cercanía ideológica con el liberalismo: como si fuera suficiente con disponer de información clara y pertinente para que la "mano invisible" actúe y que los actores estén en igualdad de condiciones para decidir. Lo que hacen es periodismo con ínfulas humanitarias, cuyo fin declarado es "mejorar el mundo" a través del robustecimiento institucional. 

Me remito al "acerca de" de Wikileaks:

[...] Un mejor escrutinio hace que se reduzca la corrupción y que se fortalezcan las democracias en las instituciones de todas las sociedades, incluyendo gobiernos, corporaciones y otras organizaciones. Un medio periodístico saludable, vibrante e inquisitivo juega un rol vital en la consecución de estos objetivos.
Pero eso no es lo importante: No deberíamos preocuparnos tanto por las intenciones... lo importante es lo que nos pasa a nosotros, qué podemos hacer, políticamente, con esta información, que muy probablemente sea verídica.

Entonces, ¿tan determinante es la información que se filtra en los cables diplomáticos? Si sabemos que hay oscurantismo, ¿es en el mundillo acartonado de la diplomacia donde se escribe la verdad del destino de los pueblos? El mismo Assange lo admite cuando habla de Irak: dice que la gente en Irak no necesita de Wikileaks para enterarse de cuál es su verdadera situación. Entonces: ¿Por qué lo necesitamos nosotros? 

Y en este sentido quiero decir que está buenísimo que exista Wikileaks, por una sencilla razón: los escándalos que genera son muy sintomáticos. Sin ir más lejos el Chicago Tribune hace unos meses publicó una nota titulada "¿Por qué sigue vivo Julian Assange?", coqueteando con la idea de su eliminación física. 

Pero más allá de la ideología de sus fundadores, y de la declarada intención de tener gobiernos más transparentes, o formas de gobierno "más abiertas" etc. etc., lo que quisiera discutir es: ¿por qué sorprende tanto la ventilación de secretos diplomáticos? ¿Es realmente una sorpresa o es una sobreactuación, una reacción hipócrita ante lo que ya es sabido por todos? 

Vivimos la fantasía de que el orden dominante es todopoderoso. La fascinación que produce la ventilación de secretos diplomáticos es precisamente una consecuencia de creer que estamos ante un orden absoluto, que no hay márgenes para movernos por fuera del poder. Y para fortalecer esa unidad ilusoria, esa supuesta Totalidad que opera en el capitalismo y/o en la democracia en tanto régimen estatal, ¿qué mejor que escuchar lo que uno quería escuchar? ¿Qué mejor que tener la confirmación de nuestras sospechas? Nos mienten. ¿Pero en qué radica esta mentira? 

Los atildados ciudadanos del mundo libre, y los solemnes guardianes de los derechos del hombre no se hacen verdadero eco del teatro político que se monta diariamente. No es que realmente crean en los gestos exagerados de los funcionarios, periodistas y moralistas varios. En realidad hacen como que creen, para sostener la postura misma. Para alimentar la ilusión de que hay alguien que realmente cree en el orden hegemónico. Hay que alimentar la idea de que alguien, en algún lugar, tiene verdadera fe en la libertad de los mercados y en la capacidad benefactora de los estados. Todos le hablan a un auditorio que no existe.

Ahí reside el verdadero engaño: la tan mentada falsa conciencia no consiste en creerse el discurso hegemónico. Es un tanto más sutil que eso: consiste en creer que otro se lo cree. Como si hubiera alguien en ese auditorio al que hay que convencer de la versión oficial. Pero como ese alguien no existe, hay que hacer como si existiera. Es el Gran Otro. 

Así como en algunos pueblos de España, México y Colombia aún se contratan plañideras en los velatorios para que lloren por los invitados, ahorrándoles la vergüenza de no poder llorar por sí mismos, hoy se nos invita a colaborar (mediante donativos) con organizaciones sin fines de lucro que exigen transparencia estatal y corporativa en nombre de todos, ya que no podemos exigirla por nosotros mismos. Porque estamos, como dicta el Gran Otro, totalmente a la merced del orden capitalista global y su soporte democrático y consensual.

Cuando Kruschev dio un discurso en los 50 denunciando la barbarie estalinista y remarcando la necesidad del régimen soviético de depurarse de su pasado burocrático, toda la nomenklatura se desmoronó. Fue el principio del fin. No es que Kruschev dijera algo que no se supiera, que los mismos actores involucrados ignoraran. Lo que cayó no es el velo que ocultaba la verdad, sino la figura del Gran Otro que sostenía el orden de las cosas. El auditorio estaba vacío, y el teatro se cerró.

Con el derrumbe la antigua unión soviética, la cosa cambió. Hoy, por más secretos diplomáticos que se filtren, la principal potencia imperialista no cambia en un milímetro su modus operandi. Porque el orden simbólico no radica en el discurso oficial ni en la retórica de los centros imperiales, sino en los actos de barbarie mismos. La mentira no estriba en la hipocresía de bombardear civiles con fines humanitarios, sino en el humanitarismo mismo, en la matriz conservadora del pensamiento humanitario. El secreto inconfesable no es que se invadan países en nombre de la democracia, cuando en realidad se saquean recursos naturales. Eso es, a esta altura, una verdad de perogrullo. El secreto inconfesable es la íntima relación entre la democracia realmente existente y el capitalismo. Ahí vamos a necesitar algo más que el lento goteo de veleidades diplomáticas y secretos corporativos. 

EEUU invade un país esgrimiendo excusas falsas y se sale con la suya. Todo sigue como antes. El mensaje no es "queremos impartir la democracia ahí donde rige la barbarie", sino: "tenemos el poder, así que pórtense bien". No hay ni puede haber ningún cable diplomático que blanquee esta obscenidad. Ahí está el verdadero núcleo obsceno de la barbarie imperial. Cuando se supo que lo de las armas de destrucción masiva era un pretexto infundado, ¿cambió radicalmente el panorama politico internacional? ¿se cayeron todas las caretas? ¿Recién ahí estuvimos en condiciones de responsabilizar al imperialismo de las atrocidades en Irak?

¿Quién puede ser tan despistado para que luego de que EEUU invada Afganistán con la aprobación de la ONU necesite ver las "ocultas" intenciones en un cable diplomático para -ahora sí- saber que era todo mentira? No estamos en la guerra fría. El imperio opera abiertamente. Que haya ciertas suspicacias discursivas no reduce el grado de obscenidad con que el imperio arrasa.

No es tan literal la cosa. No es que haya despistados que crean en la versión oficial. Creemos que alguien cree en la democracia y en la soberanía estatal. Ese es el mecanismo ideológico. Al reaccionar con sorpresa o al cantar loas al heroísmo de los miembros de wikileaks, fingimos darnos por enterados de algo que ya sabíamos. ¿Ante quién? Ante ese Gran Otro que todavía cree en la democracia representativa, y en la capacidad benefactora de los Estados. Esa es la inocencia que hay que proteger.

Tanto los portadores del discurso imperial como los voceros de su contrapartida democrática sobreactúan. Los dos hacen como que están convencidos. Exageran. Unos más otros menos. Pero juegan un papel, interpretan un personaje que ni ellos mismos creen.

Por ejemplo, en el pedido a que EEUU aumente sus controles e investigue los "excesos" cometidos por el ejército y sus empresas asociadas en su cruzada por la democracia global, hay algo confesional: Ante un hecho tal o cual, ellos pueden lanzar una guerra preventiva contra quien se les cruce en el camino, siempre y cuando pidan disculpas después, siempre y cuando haya la necesaria autocrítica que sucede a todo exterminio inocultable. En última instancia lo único que importa es la fuerza.

Pensemos en los escándalos que surgieron cuando aparecieron fotos de gendarmes norteamericanos torturando iraquíes, o en el ejemplo reciente de la soldado israelí que apareció en una foto torturando prisioneros palestinos... ¿Hace falta ver la fotito para saber qué es lo que está pasando? ¿Sin la foto Estados Unidos es el paradigma de la democracia e Israel un ejemplo de la lucha por la paz?

En todo caso la sintomática reacción de sorpresa y fascinación ante la "novedad" es una muestra de la profunda fe en el poder. O peor: decir "yo ya lo sabía, pero recién ahora, cuando se filtran los secretos desde el seno mismo del poder, estamos en condiciones de probar que nos mienten"... es silenciar dos veces a las víctimas. La primera vez, cuando son puestas en condición de víctimas. La segunda vez, cuando el victimario aparece escrachado en la fotito y las víctimas nuevamente ninguneadas, reducidas a cuerpos sin idea.

Hay una clara simbiosis entre ambos polos: el exterminio y la brutalidad imperial necesitan de su contrapartida democrática para seguir operando: más controles, mayor robustecimento institucional, investigaciones internas. Exterminio con rostro humano. Que el poder siga siendo el poder, pero que sea un poco más buenito. Que esté regulado, y auditado por una autoridad confiable. Algunos sueñan con que esa autoridad sea democratica y parlamentaria, otros con que sea socialista y solidaria.

Se instala una idea profundamente reaccionaria: no necesitamos escuchar a los africanos masacrados, a los palestinos encerrados en una cárcel a cielo abierto, a los habitantes de favelas, banlieues, villas miseria. No. Todo lo que digan esas voces es anecdótico. Lo que necesitamos es que un simpático australiano de modales refinados nos venga a decir que el mundo es injusto porque hay señores poderosos que son muy malos. Que ojalá estos señores poderosos fueran más buenos, tolerantes, transparentes.

Pero, ¿de qué "transparencia" estamos hablando?

Los teóricos del libre mercado insisten en que la información completa y gratuita es una de las condiciones para la existencia de la competencia perfecta. Para que el capitalismo se desarrolle en su plenitud, con toda la maquinaria bien aceitada. Nos lo recuerdan en cada una de las crisis.

Los predicadores de la democracia y el consenso insisten en que la libertad de expresión, la tolerancia y la transparencia total son la llave para una sociedad mas libre y más justa.

Pensar que el mundo va a ser un lugar mejor si en lugar de oscurantismo hay transparencia entre gobernantes benévolos es como pensar que el mundo seria un lugar mas justo si en lugar de empresarios inescrupulosos hubiera empresarios bienintencionados. Eso tiene mucho olor a liberalismo.

Consenso, libre mercado, transparencia institucional, tolerancia... Así no salimos del impasse. Esa mirada es totalmente consustancial con la tesis de que no hay problemas sistémicos, de que todo es un problema de gestión (del estado, de los mercados). De que la opción es democracia o totalitarismo. O gobiernos buenos, progresistas, preocupados por las víctimas indefensas, o dictadores sangrientos. 

En un mundo en que esos mismos funcionarios probos, esas mismas instituciones robustas y transparentes son las que conspiran contra la rebelión de los pueblos (entre otras cosas, silenciándola), se nos presiona para elegir el mal menor. Entre barbarie a secas y barbarie con rostro humano, nos quedamos con la última ¿no?

Según ese punto de vista lo que necesita el mundo es una clase media bien informada. No importa lo que digan los iraquíes de su situación, o los palestinos, etc. Nadie quiere escuchar a las víctimas, lo que digan las víctimas no tiene importancia. Lo importante es lo que la clase dominante diga de sí misma. Es necesario que una organización -cuyos principios se basan en la declaración universal de los derechos humanos- publique lo que los estados se digan entre sí al oído.

¿No tenemos suficiente con lo que vivimos día a día? ¿Las contradicciones en el discurso dominante tienen mayor validez que lo que digan las víctimas del imperialismo?

Sólo ignorando u ocultando el hecho de que el poder miente la filtración de secretos diplomáticos puede sorprender: En el gesto de sorpresa hay una implícita mistificación del poder estatal. Lo que sorprende no es la criminalidad del poder en sí, sino la manifestación del hecho de que no tiene nada que ocultar, de que opera al desnudo. Pero el orden simbólico está en la democracia misma, en el humanitarismo. A ésa ideología es a la que hay que atacar. Si ese Gran Hermano se cae, el imperio se viene abajo. Wikileaks es tributaria de la ideología democrática. No la ataca. Su objeto de denuncia son ciertos ocupantes contingentes del Estado liberal: los gobiernos malos, las corporaciones malas.

Probablemente Julian Assange, Bradley Manning & compañía merezcan respeto por su coraje. Pero eso no quita que según la doxa dominante haya voces que merecen ser escuchadas y otras que no. Lo que triunfa es una idea reaccionaria: la idea de que un mejor escrutinio al poder redundará en un poder más benévolo para todos. Que el Bien, si no es la ausencia del Mal, o el Mal Menor, es la calidad institucional, la transparencia de la información gubernamental, y la libertad de empresa. El sueño de todo liberal.

Por más que sepamos la verdad, si no se sale de las bocas del poder, es como si no existiera. Entonces, de nada vale la voz de millones de víctimas de la barbarie imperialista, sino hasta que no sea puesto en evidencia por alguien más respetable, ya sea Amnistía Internacional, una ONG de buenas intenciones, o gente como uno. El africano moribundo es algo parecido a una bestia, incapaz de pensar en su situación a menos que alguien de afuera -blanco, occidental y comprometido con los derechos humanos- venga a señalarlo como víctima.

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