El verdadero comunismo es la extranjeridad del mañana: Charla de Alain Badiou en Atenas


Fuente: Verso Books

Traducido al inglés por David Broder
Traducido al español por Martín López

Quisiera agradecer y saludar a todos nuestros amigos griegos, y también a todos los que hoy están luchando contra esta terrible situación infligida al pueblo griego por parte de la oligarquía financiera que detenta el poder en Europa, al servicio del capitalismo globalizado.

La infame Troika, que es la que en el fondo maneja al gobierno griego hoy en día, no es sólo el representante de Europa. Porque Europa hoy no es sino la correa de transmisión del capitalismo globalizado. ¿Qué es lo que se le dice al pueblo griego para justificar su opresión y devastación? Que tiene que ocupar su lugar en el mundo tal cual como es en realidad. Que tiene que tener en cuenta las realidades del mundo contemporáneo. Tiene que resignarse a obedecer las leyes de la economía de mercado y la competencia global.

Para poder resistir esta propaganda es necesario partir de una proposición muy simple: Hoy en día no hay un verdadero mundo constituido por los hombres y mujeres que viven en este planeta.

¿Por qué digo que no hay un mundo de hombres y mujeres? Porque el mundo que existe, el mundo de la globalización mundial, es sólo un mundo de mercancías e intercambios financieros. Es exactamente lo que Marx predijo hace ciento cincuenta años: el mundo del mercado mundial. En este mundo, sólo hay cosas -objetos vendibles- y símbolos -instrumentos abstractos de compra y venta, diferentes formas de dinero y crédito. Sin embargo no es verdad que en este mundo los sujetos humanos existen libremente. En primer lugar, muchos no tienen ni el derecho básico de desplazarse y establecerse donde quieran. La aplastante mayoría de hombres y mujeres en el así llamado mundo -el mundo de las mercancías y el dinero- no tiene el menor acceso a ese mundo. Son severamente amurallados y apartados, obligados a permanecer en su exterior, donde apenas hay mercancías y muchas veces ni siquiera dinero. Y con "amurallados" me refiero a algo muy concreto: En todas partes se están construyendo muros. El muro destinado a separar a los Palestinos de los Israelíes; el muro de la frontera de México y EEUU; la barrera electrificada entre África y España... ¡El alcalde de una ciudad italiana sugirió construir un muro entre el centro y los suburbios! Siempre más y más paredes aprisionando a los pobres en sus propias casas. Hay en Europa quienes piensan que debemos construir un muro entre la desdichada Grecia y el próspero norte europeo. El supuesto mundo de la globalización es un mundo de muros y prisiones. 

Hace unos veinte años caía el Muro de Berlín. Esto simbolizaba la unidad del mundo después de cincuenta años de separación. Durante esos cincuenta años hubo dos mundos, el mundo socialista y el mundo capitalista. O, como algunos dicen, el mundo totalitario y el mundo democrático. Entonces, la caída del Muro de Berlín fue el triunfo de un mundo único, el mundo de la democracia. Sin embargo hoy podemos ver que el muro apenas se corrió de lugar. Antes se erguía entre el Este totalitario y el Oeste democrático, pero hoy yace entre el rico Norte capitalista y el pobre y devastado Sur. Lo mismo ocurre dentro de Europa. En tiempos pasados -incluso dentro de ciertos países, incluyendo los del Norte- el antagonismo solía ser entre una poderosa y organizada clase trabajadora y la burguesía dominante que controlaba el Estado. Hoy, por todos lados vemos a los ricos beneficiarios del intercambio mundial frente a las enormes masas de excluidos, y entre unos y otros toda clase de muros y barreras; ya no van a las mismas escuelas, ya no comparten un mismo sistema de salud, ya no pueden desplazarse de la misma manera, ni viven en las mismas partes de la ciudad...

"Excluido" es el nombre correcto para todos aquellos que no están en este mundo, para los que viven fuera de él, detrás de los muros y el alambre de púas. O aquí, en Grecia, detrás del muro del prejuicio y los gendarmes de Europa.

Treinta años atrás había un muro ideológico, una cortina de hierro política. Hoy los muros separan el goce de los ricos del deseo de los pobres.

Todo funciona como si hubiera que definir estrictas separaciones entre los cuerpos vivientes de acuerdo a su procedencia y recursos, para que el mundo de las cosas y los signos monetarios pueda existir. Hoy, repito, no hay mundo. Esto es porque el costo de la unificación del mundo del capital es la división brutal de la existencia humana en regiones separadas por muros, perros policía, controles burocráticos, patrullas navales, alambre de púas y deportaciones.

¿Y por qué la así llamada inmigración se ha vuelto una cuestión política fundamentalmente importante en todo el mundo? Porque todos los seres humanos que se desplazan tratando de vivir y trabajar en distintos países son la prueba de que la unidad democrática del mundo es completamente falsa.

Si fuera verdadera, tendríamos que dar la bienvenida a estos extranjeros como personas del mismo mundo que nosotros. Tendríamos que amarlos como amaríamos al viajero que se detiene en la puerta de nuestra casa. Pero ése no es el caso. La gran mayoría de nosotros piensa que esas personas vienen de otro mundo. Y ése es el problema. Ellos son la prueba viviente de que nuestro mundo desarrollado y democrático no es el mundo único de los hombres y las mujeres. Existen entre nosotros hombres y mujeres a los que se considera que vienen de otro mundo. Hay incluso algunas personas en Europa, como los griegos, a quienes los franceses o alemanes ven como si viniesen de otro mundo. El dinero es el mismo en todas partes, el dólar y el euro son lo mismo en todos lados; aceptamos con alegría los dólares y los euros que estos extranjeros de otro mundo traen en sus bolsillos. Pero en términos de su persona, proveniencia y estilo de vida, ellos no son de nuestro mundo. Establecemos controles sobre ellos, no les permitimos quedarse. Les mandamos una troika que los vigile de cerca. Nos preguntamos ansiosamente cuántos de ellos hay entre nosotros, cuántos de ellos vienen de otro mundo. Una pregunta horrible, si se detienen a pensarlo. Una pregunta que inevitablemente prepara el terreno para su persecución, proscripción y expulsión en masa. Una pregunta que fogonea el aspecto criminal de las políticas de gobierno.

Entonces podemos decir esto: Si la unidad del mundo es la unidad de los objetos y los signos monetarios, no hay tal unidad para los cuerpos vivientes. Lo que hay son zonas, paredes, travesías desesperadas, odio y muerte. Están la buena Alemania y la mala Grecia.

Lo que el gran comunista Marx deseaba era ese mundo único, en contra del falso mundo del mercado mundial. Y es a Marx a quien debemos remitirnos. Él sostuvo enérgicamente que el mundo es lo que es común a toda la humanidad. Que el principal actor de la emancipación es el proletariado: El proletariado no tiene otra patria que no sea el mundo entero, el mundo de todos los seres humanos. Y para que esto pudiera realizarse es necesario terminar con el mundo del mercado mundial, el mundo de las mercancías y el dinero, el mundo del capital y los propietarios. Para que haya un mundo común a todos es necesario terminar con la dictadura financiera de la propiedad privada.

Hoy algunas personas -sin duda, llenas de buenas intenciones- creen que podemos alcanzar esta poderosa visión de Marx expandiendo la democracia. Es decir extendiendo la buena forma del mundo -la que existe en las democracias occidentales y Japón- al mundo entero. En este sentido Grecia debería ser globalizada como corresponde, reconciliada con sus bancos y completamente sumisa a ellos. El problema es que esta democracia no existe en todos lados.

Según mi forma de verlo, esto es completamente absurdo. La base material absoluta del mundo occidental es la propiedad privada. Su ley es que el 1% de la población detenta el 46% de la riqueza mundial, y que el 10% detenta el 86% de esta riqueza. Y el 50% de la población mundial -sí, el cincuenta por ciento- en realidad no tiene nada. ¿Cómo se puede hacer un mundo con semejantes inequidades? En las democracias occidentales, la libertad es primera y principalmente la ilimitada libertad de propiedad, la apropiación de todo lo que tenga valor. Y luego viene la libertad de circulación de objetos y signos monetarios. La consecuencia fatal de esta concepción de libertad es la separación de los cuerpos vivientes por y para la obstinada e implacable defensa de los privilegios de los ricos.

Por otra parte, sabemos perfectamente bien cuál es la forma concreta de esta "expansión" de la democracia. Su forma es, sin más, la de la guerra. Las guerras en Irak, Yugoslavia, Afganistán, Somalía y Libia, sin mencionar las docenas de intervenciones militares francesas en África. Y también están las silenciosas e insidiosas guerras contra pueblos enteros -como el pueblo griego- por parte del sistema europeo y mundial.

El hecho de que sea necesario librar largas guerras para organizar las así llamadas elecciones libres en determinados países debería hacernos reflexionar no sólo acerca de la guerra, sino también acerca de las elecciones. ¿Qué concepto de mundo se asocia hoy a la democracia electoral? Como en todo lo demás, esta democracia impone la ley de los números. De la misma manera que el mundo unificado de las mercancías impone la ley del dinero a través de números. Bien puede ser que la imposición militar de la ley de números electorales tanto en Bagdad como en Trípoli, Belgrado, Bamako, Kabul o Bangui nos remita a nuestro problema: si el mundo es el mundo de los objetos y los signos monetarios, se trata de un mundo en donde todo es contado. Y a los que no cuentan, o apenas cuentan, les imponemos nuestras leyes mediante la guerra.

Esto comprueba que ese mundo no existe en realidad, o sólo existe artificialmente, mediante la violencia.

Yo creo que tenemos que dar vuelta el problema. Tenemos que afirmar la existencia de un mundo, desde el primer momento, como un axioma y un principio. La consigna es simple: "Hay un sólo mundo de hombres y mujeres vivos". Esta afirmación no es una conclusión objetiva. Sabemos que bajo la ley del dinero no hay un mundo único de hombres y mujeres. Están los muros que separan los ricos de los pobres, los gobiernos de Europa del pueblo de Grecia. Esta frase, "Hay un mundo", es performativa. Decidimos que ese mundo existe para nosotros. Y decidimos que vamos a ser fieles a esta consigna. La tarea que tenemos es extraer las muy serias y difíciles consecuencias que se derivan de esta simple afirmación. Al igual que Marx, que cuando creó la primera organización internacional de la clase trabajadora, extrajo las difíciles consecuencias de su declaración de que los trabajadores no tienen patria. Los proletarios son de todos los países. Los proletarios son internacionales.

Una primera y muy simple consecuencia concierne a las personas de origen extranjero que viven entre nosotros: los llamados inmigrantes. En mi país, eso significa marroquíes, malíes, chinos y muchos otros. Aquí también, en medio de la pobreza generalizada, hay personas que vienen de otros lugares, por ejemplo, albanos. Si hay un sólo mundo de hombres y mujeres vivos, entonces ellos son de mismo mundo que nosotros. Aquel africano negro que trabaja en la cocina de un restaurante, o el marroquí que veo excavando un pozo en la calle, o la mujer con velo que cuida a los niños en una enfermería; todos ellos son del mismo mundo que yo. Esa es la cuestión más importante. Es ahí y en ningún otro lugar que podemos revertir la idea dominante de la unificación del mundo a través de objetos, signos y elecciones -una idea que lleva a la guerra y a la persecución. La unidad del mundo es la unidad de los cuerpos vivos y activos del aquí y ahora. Y debo pasar la prueba real de esta unidad: que estas personas que están aquí -diferentes a mí en cuanto el lenguaje, la forma de vestir, la religión, la comida y la educación- existen en el mismo mundo, existen de la misma manera que yo. Y es porque existen tal como existo yo, que puedo discutir con ellos, y entonces, como con cualquier otra persona, tener mis acuerdos y desacuerdos. Pero bajo la absoluta condición de que ellos existan exactamente como yo, es decir, en el mismo mundo.

Uno podría objetar que las culturas son distintas unas de otras. ¿Pero en qué sentido? ¿Son las culturas de mundos distintos o no? El partidario de la política identitaria dirá: ¡no, no! ¡Nuestro mundo no es aquél de cualquier persona! Nuestro mundo es el ensamble de todos aquellos para quienes nuestros valores cuentan realmente. Por ejemplo, para quienes son democráticos, respetan a las mujeres, defienden los derechos humanos, hablan francés, ésto o aquello, comen la misma carne, beben el mismo vino y comen las mismas salchichas. O sino: sólo para aquellos que hablan griego, son cristianos ortodoxos, comen feta y aceitunas. Sí, estas personas viven en el mismo mundo. Pero aquellos que tienen una cultura diferente, los partidarios de LePen, o los miembros de Amanecer Dorado no son realmente de nuestro mundo. No son democráticos, oprimen a las mujeres, usan vestimentas bárbaras... ¿cómo puede alguien que no toma vino o que no coma cerdo ser del mismo mundo que yo?

O, incluso: son sucios, son musulmanes, son incluso más pobres que nosotros. Si quieren entrar a nuestro mundo tendrán que aprender y compartir nuestros valores. Tendrán que rendir un examen acerca de nuestros valores: en Francia la prueba podría ser tomar un vaso de vino, una feta de jamón y un catecismo secular. O en Grecia, arrodillarse ante el sacerdote y recitar toda la historia mística del pueblo griego en griego moderno.

El mundo para todos es esta "integración"; aquel que viene de otro lugar debe integrarse a nuestro mundo. Para que el mundo de aquel que viene de África sea el mismo que el nuestro, los amos de este mundo, el trabajador africano deberá volverse igual que nosotros. Deberá amar y practicar nuestros valores. Un presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, dijo una vez: "Si los extranjeros quieren quedarse en Francia, deben amar a Francia, y si no, deben irse". Yo me dije a mí mismo, Me tengo que ir, ya que no amo para nada la Francia de Sarkozy. No comparto para nada los valores de la integración. No estoy integrado a esa integración. Soy hostil a la integración en un pequeño mundo cerrado, sea el de Francia o el de Grecia, porque lo que fortalece a los pueblos es decir que sólo hay un mundo, y que en este mundo hay proletarios que tienen que viajar, muchas veces muy lejos, para poder sobrevivir. El proletariado de nuestro mundo único es nómade, y nuestra única oportunidad política es estar con él, dondequiera que vaya.

En realidad, si le imponemos condiciones al trabajador africano o albano que pertenece al mismo mundo que nosotros, entonces ya abandonamos y arruinamos el principio de que "hay un sólo mundo de hombres y mujeres". Podrán decirme: Pero cada país tiene sus leyes. Por supuesto. Pero una ley no es lo mismo que una condición. La ley aplica igualmente para todos. No establece una condición para pertenecer al mundo. Es simplemente una regla temporal que existe en una región particular del mundo. Y a nadie se le pide que ame la ley, sólo que la obedezca.

El mundo único de hombres y mujeres bien podría tener leyes. Pero no condiciones para entrar o existir dentro de él. No puede imponerse la obligación de ser como otras personas para poder vivir ahí. Menos aún la obligación de ser como una minoría, por ejemplo, la pequeñoburguesía civilizada, o los brutos nacionalistas griegos. Si hay un sólo mundo, entonces todos los que viven en él existen como yo, aunque no sean como yo, aunque sean diferentes. El mundo único es precisamente el lugar en el que existe la infinidad de diferencias. El mundo es el mismo porque las personas que viven en él son diferentes.

Si, al contrario, demandamos que aquellos que vivan en el mundo sean lo mismo, entonces es el mundo el que se cierra y se vuelve diferente a otros mundos. Lo que inevitablemente conlleva separaciones, muros, controles, odio, muerte, fascismo y finalmente guerra.

Algunos preguntarán: ¿No hay nada que regule estas infinitas diferencias? ¿No hay ninguna identidad que entre en una dialéctica con estas diferencias? Un mundo único está bien, pero ¿esto realmente significa que ser francés, o marroquí viviendo en Francia, o bretón, o musulmán en un país de tradiciones cristianas, o albano en Grecia, no significa nada frente a la impuesta unidad del mundo de los vivos?

Es una buena pregunta. Por supuesto, la infinidad de diferencias es también la infinidad de identidades. Examinemos un poco cómo estas distintas identidades pueden persistir, aún luego de afirmar la existencia de un mundo único de todos los seres humanos.

Pero primero: ¿Qué es una identidad? La definición más simple es que una identidad es el conjunto de rasgos y propiedades mediante los cuales un individuo o grupo se reconoce a "sí mismo". ¿Pero qué es esta "mismidad"? Está constituida por todas las propiedades características de la identidad que permanece invariante. Entonces podemos decir que una identidad es el conjunto de rasgos y propiedades invariantes. Por ejemplo, la identidad homosexual está constituida por todo aquello que concierne a la invariante de los posibles objetos de deseo; la identidad de un artista es lo que podemos reconocer de invariante en su estilo; la identidad de una comunidad extranjera dentro de un país determinado está constituida por aquello en lo que reconoce su pertenencia: lenguaje, rituales, vestimentas, convicciones, hábitos alimenticios, etc.

Así definida por las invariantes, la identidad se relaciona con la diferencia de dos maneras.

La identidad es aquello que es diferente de todo lo demás (identidad estática)

La identidad es aquello que no se vuelve diferente (identidad dinámica)

El trasfondo filosófico de esto es la dinámica de lo Mismo y de lo Otro.

Con la hipótesis de que todos vivimos en el mismo mundo podemos afirmar el derecho a ser lo mismo, a mantener y desarrollar nuestras propias identidades. Si un trabajador malí o un barrendero albano existe como yo, él también tiene el derecho, tal como yo, de mantener y organizar las propiedades invariantes que le son propias, desde su religión hasta su lengua materna, entretenimiento, estilo de vida, etc.

Él afirma su identidad al rechazar lo que la integración le impone, es decir: la pura y simple disolución de su identidad en beneficio de otra. Ya que él piensa, como yo, que vivimos en el mismo mundo, no tiene razón para suponer que esta otra identidad es a priori mejor que la suya.

Habiendo dicho esto, esta afirmación de la identidad tiene dos aspectos muy distintos, dentro de la dialéctica de lo Mismo y de lo Otro.

El primer aspecto es el deseo de convertirme en mi yo futuro en el marco de la mismidad. Un poco lo que Nietzsche decía en su famosa máxima "Deviene aquel que eres". Esto quiere decir el desarrollo inmanente de la identidad dentro de una nueva situación. El trabajador malí o el barrendero albano no abandonarán lo que constituye su identidad individual, familiar o colectiva. Más bien ellos se apropiarán poco a poco, de una manera creativa, de todo lo que encuentren en la esquina del mundo en donde hayan ido a parar. Inventarán así lo que son: Un trabajador malí en los suburbios de París, un barrendero -o incluso un mendigo- albano en algún distrito de Atenas. Ellos se crearán a sí mismos mediante un movimiento subjetivo, del campesino malí al trabajador asentado en París, o del desafortunado montañés albano al barrendero o mendigo en Atenas. Sin fractura interna, pero con una expansión de su identidad. 

La otra manera de afirmar la identidad propia es negativa. Consiste en afirmar obstinadamente que yo no soy el Otro. Lo cual se vuelve indispensable cuando nuestros gobiernos -y a este respecto todos los reaccionarios y cómplices del fascismo- demandan una integración persecutoria y autoritaria. El trabajador malí, en ese caso, afirma enérgicamente que sus tradiciones y costumbres no son las del pequeñoburgués europeo. Los aspectos identitarios expresados en su religión y modo de vestir podrán ser reforzados. Se opondrá al mundo occidental, cuya supuesta superioridad no acepta. ¿Y por qué deberíamos reprocharlo, si pensamos, con razón, que la idea de un mundo superior es absurda, ya que sólo hay un mundo?

Finalmente, en el interior de la identidad hay dos concepciones distintas de diferencia. Una afirmativa: lo Mismo se mantiene a sí mismo mediante su poder de diferenciación. Se trata de una creación. Y un uso negativo: lo Mismo se defiende a sí mismo de la corrupción por parte de lo Otro. Quiere preservar su pureza. Se trata de una purificación.

Cada identidad es un juego dialéctico entre un movimiento de creación y un movimiento de purificación.

Podemos ver con claridad la relación que hay entre las identidades y el gran principio de que "Sólo hay un mundo".

La idea general es muy simple: dado el principio de la unidad del mundo de los vivos, las identidades aquí y allá hacen que el movimiento creativo prevalezca por sobre el movimiento purificador.

¿Por qué la política de los muros, las persecuciones, y las expulsiones es un desastre? ¿Por qué provoca esos peligrosos ánimos que tienden al fascismo? Porque, por supuesto, esta política crea de hecho dos mundos, lo que implica la negación de la existencia de la humanidad y conduce a guerras interminables.

Pero más aún, porque también corrompe internamente a nuestras sociedades. Los marroquíes, malíes, rumanos, albanos y otros en todo caso seguirán viniendo en gran número. Y la persecución refuerza entre sus filas no el proceso de creación, sino más bien el proceso de purificación. Frente a Sarkozy y Blair, Hollande y Valls, Venizelos y todos los otros que quieren la integración inmediata por medio de la expulsión y persecución, tenemos jóvenes islamistas listos a martirizarse en nombre de la pureza de su fe. Y si el Frente Nacional o Amanecer Dorado organizan ataques o pogromos, nuestras sociedades se transformarán poco a poco en regímenes de Estado policiales y puramente represivos. Eso es lo que prepara el terreno para el fascismo, que no es otra cosa que las políticas capitalistas al servicio de una fantasía nacionalista inflada por medio de la represión policial. Por eso es que debemos apoyar a cualquier costo todo lo que hace que la identidad creativa prevalezca por sobre la identidad purificadora, aún sabiendo que esta última nunca puede desaparecer completamente. La única manera de hacer eso es afirmar desde el comienzo que sólo hay un mundo. Y que las consecuencias que surjan de este axioma deben ser acciones políticas que desplieguen el aspecto creativos de las identidades, de tal manera que yo pueda discutir con un marroquí o con un trabajador o una madre de Mali, o un desempleado albano, qué cosas podemos hacer entre nosotros para afirmar que existimos en un mismo mundo, cualesquiera sean nuestras particularidades identitarias.

Debemos organizar en todos lados la existencia política de un mundo único. Debemos encontrarnos y discutir entre iguales nuestras distintas maneras de ser en el mismo mundo. Pero desde el comienzo, y antes que nada, debemos reclamar todos juntos la abolición de leyes persecutorias, leyes que erigen muros y organizan raídes y deportaciones. Leyes que entregan los extranjeros a la policía. Tenemos que afirmar enérgicamente, como en una batalla, que la presencia en nuestros países de cientos de miles de personas que vinieron del exterior no es para nada una cuestión de identidad, ni de integración.

En esto los proletarios tienen una importancia central. Ellos son quienes en última instancia nos enseñan mediantes sus vidas activas y nómades que en política -en política comunista- es necesario tomar al mundo único de los seres humanos vivos como nuestro punto de referencia, y no al falso mundo de las naciones separadas. Para ver esto basta con entender la idea simple de que están aquí y existen como nosotros. Es suficiente con aceptar su existencia y atribuirle un estatuto regular: considerarla una vida normal, una vida a la que se le permite existir, como a cualquier otra. Esencialmente, es suficiente con hacer lo que cualquiera haría naturalmente con sus amigos.

En esta jornada colectiva intercambiaremos nuestras identidades, sin que nadie tenga que renunciar a quien es, o integrarse a quien alguien más es. Los extranjeros nos enseñarán cómo, después de su larga jornada, las políticas de nuestros países están mal y cómo ellos participarán del intento por cambiarlas; y nosotros le enseñaremos a ellos cuánto hemos hecho por tratar de cambiarlas, y el rol esencial que tienen en el futuro de nuestras luchas. Nuevas ideas emergerán de este proceso, de manera impredecible. Y también nuevas formas de organización, en las que las diferencias entre extranjeros y nativos estará completamente subordinada a nuestra visión común: hay un sólo mundo en el que todos existimos igualmente, y en este mundo nuestras identidades pueden tener un intercambio amigable ya que compartimos una acción política común.

Podemos resumir nuestra línea de pensamiento en cuatro puntos:

1.
El "mundo" del capitalismo sin límites y de la democracia de los ricos es un mundo falso. Al reconocer sólo la unidad de los productos y signos monetarios rechaza a la mayoría de la humanidad, que se ve empujada hacia otro "mundo" devaluado, delimitado por muros y guerras. En este sentido, actualmente no hay un mundo. No hay más que muros, ahogamientos, odio, guerras, áreas saqueadas y abandonadas, áreas a las que se las protege de las demás, abandonadas en la pobreza total, y todas las ideologías que prosperan en este trasfondo caótico. 

2.
Así, afirmar que "Sólo hay un mundo" es un principio para la acción, un imperativo político. Este principio también presupone la igualdad de existencia en cada una de las partes de este mundo.

3.
El principio de que sólo hay un mundo no contradice al infinito juego de identidades y diferencias. Sólo implica que las identidades subordinan su dimensión negativa (su oposición al Otro) a su dimensión afirmativa (el desarrollo de lo Mismo).

4.
En cuanto a la existencia de millones de extranjeros en nuestros países, tenemos tres objetivos: oponernos a la persecución integradora; bloquear el camino de la purificación reactiva; desarrollar identidades creativas. La articulación concreta de estos tres objetivos define lo que es más importante en política hoy.


Con respecto a la íntima relación entre la política y la cuestión de los extranjeros, que es hoy de una importancia central, podemos remitirnos a un asombroso texto de Platón, con el que me gustaría concluir. Está al final del libro 9 en La República. El joven interlocutor de Sócrates dice: "Todo lo que nos dices acerca de la política está muy bien, pero es imposible. No puede llevarse a la práctica". Y Sócrates responde: "Sí, en la ciudad en que hemos nacido quizás sea imposible. Pero tal vez sea posible en otra ciudad". Como si cada política verdadera presupusiera expatriación, exilio, extranjeridad. Tenemos que recordar esto cuando hagamos política amigablemente con trabajadores y estudiantes extranjeros, jóvenes de los suburbios y pobres de todo origen y creencia: Sócrates tenía razón, el hecho de que ellos sean extranjeros, o de que su cultura sea diferente, no es un obstáculo. Es una oportunidad, la posibilidad de crear nuevas formas de internacionalismo aquí y ahora. Recordemos lo que dijo Marx: la característica más fundamental de un comunista es el internacionalismo. Porque la realización de una política verdadera en cualquier parte de este mundo que ahora proclamamos necesita -incluso para ser posible- de aquellos que vienen de otra parte de este mismo mundo.

Un Primer Ministro socialista francés dijo en los comienzos de 1980 que "Los inmigrantes son un problema". Hay que vuelta esto de pies a cabeza: "¡Los inmigrantes son una oportunidad!". Las masas de trabajadores extranjeros y sus hijos dan testimonio -en nuestros viejos y cansados países- de la juventud del mundo, de su extensión y de su infinita variedad. Es con ellos que la política del futuro será creada. Sin ellos, quedaremos atrapados en el consumismo nihilista y el orden policial. Vamos a dejar que nos dominen los partidarios de LePen y sus policías.

Los extranjeros deben al menos enseñarnos cómo volvernos extranjeros a nosotros mismos, a proyectarnos por fuera de nosotros mismos y ya no quedar cautivos de esta larga historia del occidente blanco que ya está llegando a su fin, y de la que no hay nada más que esperar, salvo guerra y esterilidad. En contra de la espera de esta catástrofe nihilista, saludamos al verdadero comunismo, que es la novedad, y así también, la extranjeridad del mañana.


Alain Badiou
Atenas, Enero de 2014

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