Para Egipto, éste es el milagro de la Plaza Tahrir - Slavoj Žižek


The Guardian

Uno no puede sino apreciar la naturaleza "milagrosa" de los acontecimientos en Egipto: pocos pudieron predecir lo que ha pasado, las opiniones expertas fueron refutadas, como si el levantamiento no fuera simplemente el resultado de las condiciones sociales, sino la intervención de un agente misterioso que podríamos llamar, de una manera platónica, la idea eterna de libertad, justicia y dignidad.

El levantamiento fue universal: todos nosotros, alrededor del mundo, pudimos identificarnos inmediatamente con él, y reconocer de qué se trataba, sin la necesidad de ningún análisis cultural de las características de la sociedad egipcia. En contraste con la revolución de Jomeini (en la que la izquierda tuvo que contrabandear su mensaje dentro del marco islamista predominante), aquí el marco es claramente el de un llamado universal y secular de libertad y justicia, de tal manera que los Hermanos Musulmanes han tenido que adoptar el lenguaje de las demandas seculares.

El momento más sublime fue cuando los musulmanes y los cristianos coptos participaron de una oración común en la plaza de la liberación y cantaron "todos somos uno" - dando la mejor respuesta a la violencia religiosa y sectaria. Esos neoconservadores que critican el multiculturalismo en nombre de los valores universales de libertad y democracia están ahora confrontando su momento de verdad: ¿Querían libertad universal y democracia? Eso es lo que la gente demanda en Egipto, así que ¿por qué están tan incómodos? ¿Acaso es porque los manifestantes en Egipto mencionaron libertad y dignidad en la misma oración que justicia económica y social?

Desde el comienzo, la violencia de los manifestantes ha sido puramente simbólica, un acto radical y colectivo de desobediencia civil. Ellos pusieron en suspenso la autoridad del Estado -no fue sólo una liberación interior, sino también un acto social de ruptura de las cadenas de la servidumbre. La violencia física estuvo a cargo de los matones de Mubarak, al entrar en la Plaza de la Liberación a caballo o a camello golpeando a la gente; lo único que hicieron los manifestantes fue defenderse.

Aunque combativa, la consigna de los manifestantes no fue la de una matanza. La demanda era que Mubarak se fuera, y así poder abrir un nuevo espacio de libertad en Egipto, una libertad de la que nadie está excluido - el mensaje al ejército, e incluso a la policía, por parte de los manifestantes no fue "¡Los vamos a matar!", sino "¡Somos hermanos, únanse a nosotros!". Este hecho distingue claramente una protesta emancipadora de otra populista: aunque esta última proclame la unidad orgánica del pueblo, esta unidad se sostiene por un llamado a la aniquilación del enemigo designado (judíos, traidores).

Entonces, ¿dónde estamos ahora? Cuando un régimen autoritario se aproxima a su crisis final, la disolución tiende a seguir dos pasos. Antes del colapso tiene lugar una ruptura: de repente la gente sabe que el juego se terminó, simplemente todos pierden el miedo. No sólo el régimen pierde su legitimidad; el mismo ejercicio del poder es percibido como una reacción de pánico impotente. Todos conocemos la clásica escena de dibujos animados: un gato se acerca a un precipicio pero sigue caminando, ignorando el hecho de que ya no hay suelo bajo sus pies; sólo se cae cuando mira hacia abajo y se da cuenta de que hay un abismo. Cuando pierde su autoridad, el régimen es como el gato sobre el precipicio: para que caiga, sólo le tienen que recordar que mire hacia abajo...

En Shah of Shahs, un clásico relato de la revolución iraní, Ryszard Kapuscinski ubica el preciso instante en que se da esta ruptura: En una esquina de Teherán, un manifestante se rehúsa a ceder cuando un policía lo insta a moverse, y el policía se retira avergonzado; en pocas horas, todo Teherán se enteró de este incidente, y aunque la lucha en las calles continuó por semanas, ya todos sabían que el juego había terminado.

¿Es esto similar a lo que ocurre hoy en Egipto? Al principio, por un par de días, parecía que Mubarak ya estaba en la situación del consabido gato. Luego fuimos testigos de una operación planificada para secuestrar la revolución. La obscenidad era apabullante: el nuevo vicepresidente, Omar Suleiman, un antiguo policía secreto responsable de torturas masivas, se presentó a sí mismo como el "rostro humano" del régimen, la persona a velar por la transición democrática.

La persistencia de Egipto no es un conflicto de miradas, es el conflicto entre una visión de la libertad y un aferramiento ciego al poder que intenta por todos los medios -terror, falta de alimentos, cansancio, soborno con aumentos salariales- aplastar la voluntad de liberación.

Cuando el presidente Obama saludó el levantamiento como una legítima expresión de opinión que necesita ser atendida por el gobierno, la confusión fue total: las multitudes en El Cairo y Alejandría no querían que sus demandas fueran reconocidas por el gobierno, sino que negaban la legitimidad misma del gobierno. No querían al régimen de Mubarak como un interlocutor en un diálogo; querían que Mubarak se fuera. No querían simplemente que el gobierno escuchara sus opiniones, querían remodelar íntegramente al Estado. No tenían una opinión, sino que eran la verdad de la situación en Egipto. Mubarak lo entendió mucho mejor que Obama: No hay lugar para concesiones, así como no lo había cuando los regímenes comunistas eran desafiados a finales de 1980. O todo el edificio de poder de Mubarak se desmorona, o el levantamiento es cooptado y traicionado.

¿Y qué hay del temor de que, luego de la caída de Mubarak, el nuevo gobierno sea hostil con Israel? Si el nuevo gobierno fuera la expresión genuina del pueblo que con orgullo disfruta de su libertad, entonces no hay nada que temer: el antisemitismo sólo crece en condiciones de desesperación y opresión. (Un reporte de la CNN en una provincia egipcia mostraba cómo el gobierno esparce rumores de que los manifestantes y los periodistas extranjeros eran organizados por judíos para debilitar a Egipto - hasta ahí llegó Mubarak como amigo de los judíos).

Una de las más crueles ironías de la situación actual es la preocupación occidental por que la transición se de de una manera "legal" - como si hasta ahora en Egipto hubiera reinado la ley. ¿Ya nos estamos olvidando de que, por largos años, Egipto estuvo en un permanente estado de excepción? Mubarak suspendió el reinado de la ley manteniendo al país entero en un estado de inmovilidad política, sofocando la genuina vida política. Tiene sentido que muchas personas en las calles de El Cairo digan que se sienten vivos por primera vez. Sea lo que sea que pase después, lo crucial es que esa sensación de "sentirse vivo" no sea enterrada por el cinismo de la realpolitik.


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